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Edgardo López es posiblemente uno de los artistas panameños vivos más prolíficos. En su carrera de 20 años se ha dedicado a pintar diariamente en jornadas de sol a sol, enfocado siempre en producir, por lo menos, unas cinco obras originales al día, todas inspiradas en sus emociones y sentimientos del momento.

Su formación es autodidacta, basada en su constante investigación independiente. Descubrió a maestros panameños como Sinclair y Trujillo en las galerías y museos de la ciudad, y en sus bibliotecas encontró lo mejor de los grandes de la historia del arte. El pintor bocatoreño Eduardo Agustine le abrió su sed por la pintura, y con el tiempo se convirtió en su amigo y maestro.

López ha abordado técnicas como el óleo, la acuarela y el carboncillo, pero en el acrílico ha encontrado un aliado que le permite producir a su ritmo y a su gusto. La intensidad de sus colores, favoreciendo tonos caribeños como el naranja y el azul, es una cualidad que distingue a su obra, prefiriendo casi no diluir o mezclar sus pinturas para obtener tonalidades robustas y puras. Pinta de todo, desde abstractos hasta los gustados bodegones y balcones, pero la imagen y simbología de los peces es uno de sus conceptos favoritos.

Ha participado en subastas, en muestras colectivas y exposiciones individuales auto gestionadas en el interior del país, queriendo llevar su trabajo a la mayor cantidad de público posible. Su arte está presente en bancos y oficinas de la ciudad, y en varias ocasiones ha recibido reconocimientos de concursos nacionales de arte. “He vivido de la pintura y todo se lo debo a ella. ¡El día que no pinto me siento como un vago”, afirma el artista.