top of page

Con más de 40 años de carrera que sigue productiva pasados sus 70 años, Roberto Vergara es considerado como uno de los principales exponentes de la plástica panameña, destacado por su trabajo como acuarelista. Su modestia, al igual que su talento, le preceden: “A mi no me gusta que me digan ‘maestro’. Dicen que uno nunca termina de aprender, o sea que uno siempre es estudiante, así que no puedo ser maestro si soy estudiante”, comenta con sensatez.

Cursó seis años en Bellas Artes de manera paralela a sus estudios de bachillerato en el Instituto Nacional. Nació en la ciudad capital y creció en el pintoresco barrio de San Felipe/Casco Antiguo, el cual ha retratado en cientos de obras, ya sea en grabado, óleo, carboncillo, acrílico o sus queridas acuarelas. Ha expuesto en múltiples colectivas, además de participar en certámenes nacionales y subastas, siempre con una producción constante manejada de una manera independiente.

Los dibujos detallados y minuciosos, casi de carácter académico, que Da Vinci legó al mundo, junto con la algarabía y vitalidad propia del barrio y el ambiente en el que Vergara creció, lo marcaron desde muy chico, incentivado además por una madre que reconocía su talento y que veía el arte como un oficio digno. Su vocación se consolidó al entrar a trabajar al creativo y demandante mundo de la publicidad, en la década del setenta, donde pulió su destreza en el dibujo y afinó su ojo crítico.

Para él, una buena acuarela se distingue por un elemento especial que atrae al espectador a primera vista. “Allí está el misterio de la acuarela: el medio es el agua, y la vaporización del pigmento crea un elemento especial que cuando tu la miras te fascina porque hay algo distinto, no es una foto; y va más allá del arte porque fue hecho por la mano de un hombre, pero con una excepcionalidad”, afirma este artista que ahora forma parte de la creciente familia de Galería Tamarindo.

Refinar por
 

Filtros

Filtros
bottom of page