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La Escuela de Azuero y el reencuentro con lo propio


Una de las riquezas más preciadas del arte panameño es la existencia de la llamada “Escuela de Azuero”, un estilo endémico, enteramente original y local, que surgió de una inquietud ideológica tanto como de un deseo creativo.

A diferencia de lo que el mero nombre pueda evocar, la Escuela de Azuero no consiste en obras sobre polleras, montunos y paisajes bucólicos de poblados como la Villa de Los Santos o Parita. El folklore es una cosa y el arte contemporáneo es otra. Dicho eso, este movimiento se puede describir como el compromiso de una lista de pintores nacionales de crear un arte que refleje una identidad panameña más propia, tomando elementos del entorno como la naturaleza y la historia poco documentada de nuestras raíces precolombinas.

Las pinturas asociadas con la Escuela de Azuero poseen las siguientes cualidades: son principalmente figurativas, mostrando imágenes de animales y seres humanos con matices tanto telúricos (de la tierra) como místicos (imaginados, convocados); dependiendo del artista, existe un elemento de abstracción, cubismo y surrealismo, tres escuelas modernas que aportaron dinamismo plástico a la propuesta; el terruño también se hace presente a nivel estético: el juego con las texturas y los pigmentos es fundamental y se inspira principalmente en el entorno del área, explorando el paisaje natural a través de su flora y fauna. El trazo primordial de la pintura rupestre, al igual que el fenómeno de los huaqueros, en el cual muchos lugareños aprendieron a emular y valorar la estética de las comunidades precolombinas restaurando artefactos antiguos, también son perceptibles en la propuesta azuerense.

En la actualidad existen varios artistas panameños que se adscriben a este movimiento. Su máximo representante, sin duda alguna, es Raúl Vázquez Sáez (q.e.p.d.). El impacto de su obra y su carácter único, con una personalidad como de chamán que inspiraba respeto y admiración, fueron determinantes para la creación de esta escuela sin aulas. A finales de los setenta, durante su formación como artista, Vásquez visitó Italia y presenció una impresionante exposición de Rufino Tamayo junto a Aristides Ureña Ramos, paisano interiorano y contemporáneo que ya estaba establecido en Florencia como estudiante de arte. A ambos les impactó la manera como Tamayo, y por extensión los muralistas mexicanos (Siqueiros, Rivera), representaban su cultura y raíces en obras de gran calidad técnica y espíritu moderno. Culminados sus estudios, Vásquez regresó inspirado a Panamá deseoso de reencontrarse con sus raíces indígenas y afroantillanas para aplicarlas en su pintura.

Uno de los maestros más admirados del arte panameño, Guillermo Trujillo, dos décadas antes que Vásquez levantara un pincel, ya había comenzado esa búsqueda introspectiva para encontrar un arte más panameño. Sin embargo, se puede alegar que su deseo de conservar ciertos cánones del arte europeo lo mantuvieron al margen de explotar una estética que fuese aún más idiosincrática. Lo mismo se puede pensar sobre el maestro Roberto Lewis, quien en su afán por resaltar el clasicismo pasó enteramente por alto la influencia ideológica del muralismo mexicano que sucedió durante su vida, y el cual marcó a artistas de todo el continente.

Vásquez y los pintores de Azuero se desligaron de tales ataduras. Eduardo Aguilar, Roosevelt Díaz Arosemena y Alberto Castillo fueron marcados por su influencia, y el arte que producen los representa tanto como individuos al igual que como parte de este importante movimiento. Otros artistas como Agustín Mendoza, Osvaldo Hernández, Ericson Bermúdez, Jorge Ruiz Melgar, Nobel Barrios y Evene Rodríguez también siguen la estética azuerense, representados por obras de riqueza cromática y conceptual que resulta netamente panameña.

El valor del trabajo de estos artistas, al igual que el de los talentos emergentes que toman su obra como referente, recae en generar propuestas culturales panameñas más contemporáneas y llenas de personalidad. La existencia de una Escuela de Azuero enriquece nuestro acervo cultural y es motivo de orgullo, sobre todo porque le dice al mundo que el arte de Panamá tiene un pasado, un presente y un futuro.

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